martes, 27 de octubre de 2015

ANTE LA LEY









ANTE LA LEY
 Franz Kafka 

Ante la Ley hay un guardián. Hasta ese guardián llega un campesino y le ruega que le permita entrar a la Ley. Pero el guardián responde que en ese momento no le puede franquear el acceso. El hombre reflexiona y luego pregunta si es que podrá entrar más tarde. 

—Es posible —dice el guardián—, pero ahora, no. 

Las puertas de la Ley están abiertas, como siempre, y el guardián se ha hecho a un lado, de modo que el hombre se inclina para atisbar el interior. 

Cuando el guardián lo advierte, ríe y dice: —Si tanto te atrae, intenta entrar a pesar de mi prohibición. Pero recuerda esto: yo soy poderoso. 

Y yo soy sólo el último de los guardianes. De sala en sala irás encontrando guardianes cada vez más poderosos. Ni siquiera yo puedo soportar la sola vista del tercero.

El campesino no había previsto semejantes dificultades. Después de todo, la Ley debería ser accesible a todos y en todo momento, piensa. Pero cuando mira con más detenimiento al guardián, con su largo abrigo de pieles, su gran nariz puntiaguda, la larga y negra barba de tártaro, se decide a esperar hasta que él le conceda el permiso para entrar. El guardián le da un banquillo y le permite sentarse al lado de la puerta. Allí permanece el hombre días y años. Muchas veces intenta entrar e importuna al guardián con sus ruegos. El guardián le formula, con frecuencia, pequeños interrogatorios. Le pregunta acerca de su terruño y de muchas otras cosas; pero son preguntas indiferentes, como las de los grandes señores, y al final le repite siempre que aún no lo puede dejar entrar. El hombre, que estaba bien provisto para el viaje, invierte todo —hasta lo más valioso— en sobornar al guardián. 

Este acepta todo, pero siempre repite lo mismo: —Lo acepto para que no creas que has omitido algún esfuerzo. 

Durante todos esos años, el hombre observa ininterrumpidamente al guardián. Olvida a todos los demás guardianes y aquél le parece ser el único obstáculo que se opone a su acceso a la Ley. Durante los primeros años maldice su suerte en voz alta, sin reparar en nada; cuando envejece, ya sólo murmura como para sí. Se vuelve pueril, y como en esos años que ha consagrado al estudio del guardián ha llegado a conocer hasta las pulgas de su cuello de pieles, también suplica a las pulgas que lo ayuden a persuadir al guardián. Finalmente su vista se debilita y ya no sabe si en la realidad está oscureciendo a su alrededor o si lo engañan los ojos. Pero en aquellas penumbras descubre un resplandor inextinguible que emerge de las puertas de la Ley. Ya no le resta mucha vida. Antes de morir resume todas las experiencias de aquellos años en una pregunta, que nunca había formulado al guardián. Le hace una seña para que se aproxime, pues su cuerpo rígido ya no le permite incorporarse. 

El guardián se ve obligado a inclinarse mucho, porque las diferencias de estatura se han acentuado señaladamente con el tiempo, en desmedro del campesino. 

—¿Qué quieres saber ahora? –pregunta el guardián—. Eres insaciable. 

—Todos buscan la Ley –dice el hombre—. ¿Y cómo es que en todos los años que llevo aquí, nadie más que yo ha solicitado permiso para llegar a ella? 

El guardián comprende que el hombre está a punto de expirar y le grita, para que sus oídos debilitados perciban las palabras. 



—Nadie más podía entrar por aquí, porque esta entrada estaba destinada a ti solamente. Ahora cerraré.





En su cuento “Ante la ley”, Kafka relata una escena inquietante y famosa, que resume su visión de las leyes (Kafka, además de un gran escritor, era un gran abogado, él también construyó una visión del Derecho a través de la palabra). La escena sobre el final del cuento (que sirve para pensar la democratización) es una metáfora sobre los guardianes de la ley. Sobre los que se presentan como guardianes del derecho (que en la visión de Kafka no lo son, son los dueños del derecho, los guardianes privados de un tesoro personal, al que el pueblo, ignorante, no tiene acceso, un castillo de naipes, un tesoro oculto con palabras difíciles, incomprensibles, ya que es cosa de jueces y abogados con sus togas y bibliotecas elegantes “interpretar” el “espíritu” de la ley, develar el “sentido”). Un campesino humilde (qué puede saber de derecho) llega a las puertas de la Justicia, las grandes, pesadas, tantas veces mencionadas, jamás franqueadas, puertas del Derecho. Cuando el campesino está por atravesar esa puerta, aparece un guardián. El campesino se detiene. Hablan. El campesino siente miedo.

Descubre que no hay una relación directa con sus derechos, están también los mediadores: los abogados guardianes de la ley. Ante ellos debe presentarse. Pedir permiso. Decide no pasar. No entrar (al Derecho). Prefiere esperar. Se queda en un costado. Pasan las horas, los días, los años. El campesino ve su vida diluirse, sin atreverse a pasar la puerta, franqueada por el enorme guardián, que le advierte: detrás mío hay otros guardianes, cada uno más grande e intimidante que el anterior. Son los guardianes del Derecho. De la Justicia. El acceso al derecho debe ser libre. Justo. Pero no. Pasan más años. El campesino ha envejecido. Respira con dificultad. Cuando está a punto de morir, el guardián se acerca. El campesino, intimidado, le pregunta: ¿por qué, si ésta es la puerta de la Justicia, nadie más que yo ha venido a cruzarla, porque he estado siempre solo? El guardián, subiendo la voz para que el campesino escuche bien, le contesta al oído: porque nadie más que tu podía cruzarla. Esta puerta estaba abierta solo para ti. Ahora voy a cerrarla.

Era la puerta de la Justicia. El campesino encarna al pueblo. El guardián es el abogado. O el juez. O el profesor de derecho. O la asociación de magistrados: los guardianes de la ley. Sus intérpretes.

La metáfora del guardián del derecho de Kafka es famosa. Es una ironía con los que se dicen guardianes de un Derecho que no fue defendido con el mismo ahínco cuando los golpes de Estado se hacían en nombre de la Constitución y la democracia. O cuando solo las madres salían a la calle a denunciar el secuestro y asesinato de sus hijos. No había guardianes. Defender la Constitución es defender las garantías. Defender la Constitución es defender el Derecho. Los derechos. La identidad. Que durante muchos años no podía ser conocida.

La metáfora de Kafka apunta a un derecho esencial: el acceso a la Justicia. Que es el acceso a la palabra. Acceder al derecho es tener identidad. Esto es lo que ha hecho, durante muchos años, el derecho argentino. Devolver la palabra. Abrir las puertas. Tener memoria. Atreverse a pensar (lo que no podía ni debía ser pensado: el propio Derecho). Jerarquizar el derecho es acabar con los juicios simbólicos y empezar con los juicios reales; jerarquizar e independizar la Justicia es atreverse a pensar. La Justicia independiente no hacía un solo juicio de derechos humanos hasta que la política, la tan denostada y vapuleada política, le mostró el camino de la independencia al Derecho. Ayudó a dar ese paso (que el Derecho, por sí solo, no daba).

Cuando se denuncia el control político, donde política es Res pública, lo que se defiende, por oposición, entonces, es un control privado de la Justicia que debe quedar callado detrás de bambalinas, digitando. Lo que no quiere ese poder es que lo nombren (de allí su temor a la palabra). Precisamente eso es lo que quiere la democratización: democratizar. Desprivatizar el Derecho. Rancière, que rescata lo político, sostiene que la política es la revancha de los silenciados. La democratización sería, en el plano judicial, acabar con el silencio. En los términos de Kafka, terminar con los Guardianes del Derecho. Democratizar es visibilizar intereses que se presentan como “independientes”. Politizar es obligar a decir lo que se esfuerza en quedar callado. Como neutral. Esta es la misión de la memoria. Politizar es poner todas las cartas sobre la mesa. Es utilizar la palabra política en su sentido genuino, original, elevado. (La política está en los orígenes de la Justicia, hoy se usa la palabra política como antónimo del Derecho.) Recuperar ese sentido (de la política) es, precisamente, el sentido de la democracia.

La República está en peligro cuando a un pibe lo torturan. Son chorros. No son personas. “A ver si así aprenden” (ese lenguaje policial cultural–judicial argentino puede parecer casual, no lo es, es la encarnación milenaria del pathei mathos, que aún subsiste en nuestro derecho, pero que viene de la tragedia en la Antigüedad, donde nació, a su vez, la democracia). Los delincuentes no tienen derechos humanos. Que sufran. Los que cuestionan el garantismo de la Constitución se alzan de repente en defensa de la Constitución y sus garantías, los que callaron mientras la República desaparecía dicen con cinismo y falso humanismo que con la democratización del Derecho y la Justicia “la República desaparece”, que la memoria no es derecho sino “venganza”. El debate por el Derecho y el funcionamiento de la Justicia argentina no empezó ahora. Hace diez años que, con altos y bajos (garantismo-antigarantismo, matrimonio igualitario, Ley de Identidad de Género, memoria-impunidad, nueva ley de salud mental vs. modelo tutelar manicomializante. Todas estas discusiones esconden la democratización del Derecho, la idea de ver como nuevos sujetos con palabra donde antes se veía objetos a “tutelar”, sin derechos, “enfermos”, “locos”) se viene dando todos los días.

La Memoria es el debate por la democratización y la palabra. La democratización pone en peligro el negocio de los guardianes (curadores–jueces-fiscales). Su secreto mejor guardado. La idea de “curar”, en vez de escuchar. La idea de “representar”, en vez de dejar que el otro hable. La idea de dar –e imponer– sentencias. En vez de hacer derechos. (Julian Axat / Guido L. Croxatto)



















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