viernes, 9 de octubre de 2015

HISTORIAS POLICÍACAS. EL CASO PEDRO CAJAL.





Era septiembre de 1631 y la Ciudad de Buenos Aires todavía no se llamaba así, sino que se la conocía como  Santísima Trinidad del Puerto de Santa María de los Buenos Aires. La Policía Federal aun no existía como tal, pero si había cuerpos de vigilancia denominados "Cuadrilleros" que la propia Institución reconoce con orgullo como sus orígenes. Sus jefes eran los Alcaldes de Hermandad, que tenían a su cargo "la prevención y represión de vagos, delincuentes y malentretenidos".



[...] Había hambre en la ciudad. Sus mil habitantes vivían, en general, en una miseria absoluta. "por no tener capas ni mantos ni con que cubrir sus carnes, no salen a misa", exageraba el obispo fray Pedro Carranza, sin la menor autocrítica sobre la evidente falta de atractivo de sus sermones. Gran parte de las actividades giraban alrededor del Fuerte, al que pocos se hubieran atrevido a denominar así de no haber sido por su nombre: Real Fortaleza San Juan Baltasar de Austria. Emplazado en el exacto lugar donde hoy esta la Casa Rosada.





[...] El 16 de septiembre de 1631 la ciudad despertó con un cañonazo disparado desde el Fuerte. Era la señal inequívoca de que había noticias, malas noticias, por lo que todos corrieron a escucharlas. Incluso podía tratarse de una invasión extranjera.

[...] El gobernador, don Francisco de Céspedes -un ex contrabandista, excomulgado por pelearse con el obispo- fue quien anunció al pueblo que la noche anterior habían robado 9477 pesos de la Contaduría del Fuerte, el lugar mas seguro y custodiado de la ciudad.

[...] Burlados en su propia casa, desafiados frente a todo el pueblo, los cuerpos de seguridad salieron a buscar a un responsable con urgencia.

En menos de 24 horas, lo encontraron. Tal como lo harían tantas miles de veces a lo largo de su historia, le apuntaron a un inmigrante de un país limítrofe que, para mejor, era menor de edad. Se llamaba Pedro Cajal, era chileno, tenía 22 años (la mayoría de edad se alcanzaba entonces a los 25) y vivía a cincuenta metros del Convento de Santo Domingo. Nunca se sabría quién -¿un informante anónimo tal vez, tan utilizado en las décadas por venir?- avisó a las fuerzas de seguridad que había desaparecido del lugar.

[...] En un proceso tan expres que incluyo juicio, condena, apelación y confirmación de la pena en apenas unas horas, Cajal y Puma (su sirviente indígena) fueron sentenciados por el gobernador a morir en la horca, a ser decapitados y a terminar con sus cabezas clavadas en picas en la propia escena del robo, el Fuerte.

[...] El 30 de septiembre, al fin, los dos condenados fueron preparados para la ejecución. Los llevaron a la capilla y allí el padre franciscano Fray Jacinto de Quiñones cumplió con un ritual que no les seria ajeno a sus sucesores: les tomo confesión a los desahuciados y logro que uno de ellos, el indígena, delatara el lugar donde había escondido otros 79 pesos del robo. El cura paso el dato a las autoridades.

[...] Cajal y Puma fueron paseados engrillados por las calles de la aldea para que los viera el pueblo antes de que los ejecutaran en publico y los decapitaran. Como se había dispuesto, sus cabezas terminaron clavadas en el terraplén sur del Fuerte.

[...] El episodio completo es recordado de manera destacada en el libro Historia de la Policía Federal Argentina.  A las puertas del Tercer Milenio. Escrito por los historiadores oficiales de la Fuerza y publicado por la Editorial Policial en 1999.

[...] "En el Fuerte, en sus calabozos, oficinas y arcas de la Contaduría Real, cierto es que no estaban dadas las condiciones necesarias de seguridad". "Pero es indudable que el mecanismo judicial y represivo funcionaba satisfactoriamente, pues en solo diecisiete días fueron detenidos los autores, tramitado el proceso  ejecutada la sentencia, sin omisión alguna de prueba, alegatos y defensa", concluye no sin cierta nostalgia el Comisario General Adolfo Enrique Rodríguez, Presidente del Centro de Estudios Históricos Policiales:


Fragmentos del libro: " Sangre Azul" de Rolando Barbano. Editorial Planeta.

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