lunes, 9 de noviembre de 2015

CARDUMEN (un cuento de ladrones)





El “Merluza”, era, tal vez, el más inteligente de todos ellos, de cara difícil y palabra ausente, era el más conocido de todos. Parecía no tener cara, sólo un par de ojos rojizos.

 Eran cuatro. Todos los conocía como “Los Pescados”, aunque ellos preferían el mote de “Peces”. “Peces” era esperanzador. Los “peces” decían, son los vivos, pescados son los muertos.

“Los Pescados”, eran, cuando se iniciaron, básicamente  una banda de rateros. No eran malos tipos, o al menos no eran de lo peor. Simples rateros que se quedaban con la ropa nueva que doña Francisca había puesto a secar en el patio de su casa,  o con las naranjas relucientes que el Tano exhibía en la puerta de su frutería de barrio. Nada demasiado importante.

No les importaba tanto el dinero, como el respeto del barrio.

Luego de cada evento, los pibes más chicos le pedían el obligado relato de todo cuanto habían hecho. El cuento,  impecablemente exagerado, tergiversado y cambiado, corría por cuenta del “Lenguado”, que era el del chamuyo fácil.

Las historias del Lenguado, contadas a la noche, a la luz de un triste farol de esquina, los ubicaban más cerca de ser héroes, que de ser rateros. Los héroes son respetados. El efecto del relato se acentuaba cuando al finalizar, el Lenguado o el Piraña, les regalaban alguna prenda robada (casi siempre una camiseta del algún club)  o alguna fruta sustraída. Y entonces los pibes, se sentían partícipes de esas hazañas. Los pibes se sentían respetados por sus héroes.

Se habían conocido en un instituto de menores, por las tierras del “Lenguado”, en la zona del doque, cerca de Ensenada. Ahí donde el petróleo no utilizado por la destilería contamina todo lo viviente.
Los había juntado la desgracia, y con ella recorrerían todo el tiempo que estuvieran juntos. Y eso fue toda la vida.

Al “Pejerrey”, la muerte de sus padres en un accidente de autos, lo había abandonado al cuidado de una abuela cansada, en período de despedida. Encontró de chico una libertad, que lo termino condenando.

El “Piraña”, era, quizás, el más violento de todos. Al fin y al cabo, era el único con antecedentes. El robo de una heladería un par de meses antes,  de su ingreso al instituto, junto al grupo de “los churrascos”, le confería chapa de pesado.

El famoso patronato, a fuerza de maltrato, golpes, discriminación y arbitrariedad, los fundió como banda. Lo habían acordado, ya eran una banda. Y  lo que se allí se acordaba, se cumplía a morir.
Una vez de regreso al barrio, haciendo honor de sus apodos, decidieron probar su suerte de malhechores mayores, por la zona de Punta Lara. Entraron a una de esas parrillas, donde come la negrada, y se alzaron con unos cuantos pesos. No era tanto como para darles de comer a los cuatro, pero era suficiente para alimentar su orgullo en la carrera profesional. El hecho fue lo suficientemente eficaz como para adquirir respeto de criminales.

Reían a carcajadas recordando la cara de susto del dueño -un chino bueno, que había sido trasplantado ahí vaya a saber uno por qué historias, que sin ofrecer ninguna resistencia, le entrego todo cuanto tenía, facilitando así las cosas para ellos. Sin dudarlo antes de irse  almorzaron un delicioso pechito de cerdo.

A la semana, el Merluza, trajo una posta. Un kiosco, en la zona de la terminal de trenes, que además de vender golosinas, levantaba juego de modo clandestino con la complacencia del personal policial. El jueves, era el día, pues el ñato del dueño pagaba los premios a sus habituales clientes.
Cuando llegaron a la zona, el día estaba gris, y no eran muchas las personas que caminaban por allí. Eso facilitaría las cosas pensó el Pejerrey, que ese día estrenaba nuevo corte de pelo, medio rapado, con el pelo ahora de color rubio.

El Lenguado, era el encargado de darle chamuyo al dueño del kiosco y así lograr distraerlo. El Piraña era quien embolsaría la mosca y el Merluza, era quien tenía el fierro, por si las cosas se ponían difíciles.

El Merluza había pensado todo y se tomo el trabajo de repetirlo cien veces para que nadie se equivoque y todo fuese tranquilo.

El Pejerrey, que desde un rato antes estaba dando vueltas pispiando a los polis, era el que daría la señal para el choreo.

Todo ocurrió, como el Merluza dijo. No hubo corridas, ni metidos, ni nada, sólo un par de gritos. Según el Merluza, fue un trabajo limpio, no tuvo necesidad de pelar el 38.

Lo genial fue el poli que se quedó congelado del miedo. Era jovencito, parecía recién salido a la calle…un pajarito.

Cuando llegaron a la cueva, en los galpones de lo que antes fuera el ferrocarril, se llevaron la sorpresa. Había mucha plata, muchísima plata y una lista enorme con nombres policiales y lo peor…a la cabeza de todos estaba el jefe de la temible brigada de investigaciones, el “Rata” Zalazar. Todos sabían lo que eso significaba, hay ratas que comen pescado.

A los pocos días ya estaban todos presos.

Curtidos en el fuego de los institutos de menores, iniciaban ahora su camino por los infiernos de los penales. Y para empezar, empezaron con todo. Olmos.

Fue un tiempo difícil. Tuvieron suerte, se mantuvieron unidos como un cardumen y eso los fortaleció. Trabaron amistad con un par de “churrascos”, los que les permitió hacer esas alianzas sin acuerdos y llenas de traiciones que se hacen en la cárcel. El Merluza se había comprometido cuidar a Germán, el jefe de los “Churrascos” y un par de veces estuvo a punto de perder la vida en esa misión. Germán era un tipo agradecido.

El tiempo los endureció. Olmos los embruteció. Los candados del servicio los animalizaron, quitándoles su dignidad. Su poca, pero apreciada dignidad. Los vigi no los respetaban y eso era intolerable.
Las cosas, empezaron a clarear cuando apareció el boga. Se les planto, les dijo punto por punto que había que hacer, que iba a ocurrir y se marchó.

El Merluza, rápido, dio la orden. Hay que pasarle bola al boga dijo,  y todos cumplieron al pie de la letra. Al poco tiempo estaban en libertad. Un capo el dotor.

Se sorprendieron al verlo venir. Sus nervios explotaron, pero nada habían hecho para justificar su presencia en la cueva. El “Rata” Zalazar, estaba ahí, frente a sus ojos, con toda la potencia de su figura y toda la impunidad de su uniforme.

El Merluza fue el único en reaccionar expresando que todos estaban limpios, que ya habían cumplido y que toda la plata había sido devuelta.

El “Rata” Zalazar, los calmo. Les dijo: “Tranquilos muchachos, vengo a hacer negocios”. No tardó mucho en reclutarlos como mano de obra para laburos paralelos.

Los “Pescados” se entusiasmaron. Interpretaron que el “Rata” Zalazar, los estaba respetando al convocarlos para unos trabajos.

El Merluza, fue el único al que no le cerró la invitación del “Rata” Zalazar, pero no pudo oponerse, el plan y los números que ofrecía el rati eran tentadores para todos.

El plan era fumarse un Banco. Lo complejo era que tenían todos que usar armas. Salvo el Merluza, los demás no tenían idea lo que quemaba un fierro.

“El Rata” Zalazar, puso unos billetes, los planos, el plan y los fierros. Los “Pescados” pusieron la carne.

Cuando entro al Banco, el Merluza –que hacía las veces de marcador- sintió una sensación extraña. Todo parecía demasiado tranquilo. Llegado el momento, cuando el resto de su banda apareció encapuchada dentro del banco, explotó la incertidumbre y la confusión.

En el preciso momento que los “Pescados” ingresaban al banco, los “Churrascos” salían con las zacas repletas de billetes. La confusión fue mortal. Hubo gritos, puteadas, sonaron las escopetas y el 38 que ahora lo tenía el Lenguado.

Instantáneamente, como si todo estuviese armado trágicamente, apareció el “Rata” Zalazar con su brigada y las cámaras de televisión, para poner fin al afano.

Ahí, tanto los “Pescados” como los “Churrascos” entendieron que todo era una cama policial, armada por el “Rata”. Un traidor el “Rata”. Los disparos, de uno y otro lado, atronaron el lugar. El primer escopetazo de la 12 exploto a un centímetro de la cabeza del Pejerrey; quedo tan blanco, que parecía haber perdido las escamas.

Los atrapo el pánico de la traición.

El Lenguado fue el primero en caer, sin entender que tenía en la mano y confiado en la promesa policial de no disparar, se expuso al tiro fácil y la muerte segura.

El Pejerrey, se llevó puesto a un cabo y un sargento. La furia de la brigada policial se descargó sobre él. Con cara de saber que recibiría la visita de la muerte, preparó su corazón, se levantó desafiante y se trenzó en un escalofriante tiroteo desigual. Recibió un furibundo escopetazo en el medio de su pecho que desparramó su humanidad por todo el lugar.

El Piraña, malo, peleador, duro como pocos, mantuvo a todos a raya, sacando del juego a varios polis con tiros certeros. Herido y con pocas posibilidades de escapar, decidió utilizar su última bala para escapar del infierno penitenciario que seguramente recibiría como castigo y se voló la cabeza con la 3.57.

El Merluza, luego de ver caer a sus amigos, corrió junto a los “Churrascos” y se escondió en las oficinas del directorio, tirándose al piso y simulando ser una de las tantas personas que ingresa a un banco.

El “Rata”, enloquecido por la pérdida de sus hombres y su error de cálculo sobre las capacidades de los maleantes, ingresó decidido a cazarlos. Fueron cayendo como moscas, atrapadas en un túnel sin salida.

Germán, uno de los “Churrascos”, herido de muerte, corrió por los pasillos escapando de la furia policial y cayo allí donde el Merluza se escondía. Tras sus pasos, agitado, furioso, envuelto en transpiración y pólvora llego el “Rata” dispuesto al disparo final.

Sin dudarlo, antes de morir, Germán le paso su calibre 40, a modo de esperanza de escape. El Merluza no la tomo sino hasta que advirtió que el “Rata” estaba parado en la puerta, limpiándose la sangre que le impedía la visión.

Aunque el corazón le explotaba y la transpiración no le permitía asir el arma de modo seguro, no lo pensó, desde el piso, apenas incorporado, apuntó y disparo. El impacto ingreso por el cuello y el charco de sangre certificó inmediatamente la defunción del “Rata”. Por un momento su ritmo cardíaco ceso y se calmo, había vengado a sus amigos con la muerte del traidor.

El Merluza, quedo allí, tirado, llorando por los compañeros, llorando por su destino.

El personal policial que ingresó cuando todo ya había terminado, lo encontró desvanecido y con heridas de gravedad. Lo asistieron y le garantizaron contención psicológica.

A los varios días despertó en un hospital, totalmente debilitado y con una tremenda custodia policial.
El primero que le habló fue su abogado defensor, su boga de toda la vida, él único que podría darle una mano en esta difícil situación. Conocedor de los códigos que rigen esas realidades y de la lealtad de su abogado, le contó absolutamente toda la verdad de lo ocurrido en las circunstancias de la muerte del Rata.

El cuervo lo tranquilizó, le dijo que se calmara, que todo estaba bien y que no tenía por qué preocuparse. Luego le explico, que antes de morir, Germán, había confesado haberle causado la muerte al “Rata” con su Glock calibre 40, y que también había disparado contra un cliente que se había interpuesto en la línea de fuego intentando que cesen los disparos contra el comisario.

El fiscal, conocedor de las malas artes del “Rata” Zalazar y su brigada, no quiso conocer más detalles y compró esa versión.

En ese preciso momento recordó las situaciones donde por defender a Germán dentro de Olmos, recibió un par de puntazos primeros y tiros después, que casi acaban con su vida. También recordó la eterna gratitud de Germán y su tan reiterada como  imposible promesa de garantizarle una segunda oportunidad en la vida.

Gracias a la eficaz labor de su abogado, el Merluza no fue imputado, sólo se le tomó declaración como testigo.

Al salir del hospital, el Merluza, tomó toda la plata que tenía, reunida en sus botines anteriores, y se la llevo a la madre de Germán. La abrazo, lloró con ella y en ese preciso momento decidió hacer uso de esa segunda oportunidad que Germán, su amigo, le había regalado.


2 comentarios:

  1. Una belleza de la literatura experimentada. Gracias, compañero y amigo!!!

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  2. Impresionante, Negro.
    Parte de la buena lectura recomendada.

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