viernes, 6 de noviembre de 2015

GOL!!! (Un cuento de fútbol)







Desde siempre, su gran sueño fue el de jugar al fútbol en la primera división del club del pueblo.

En su época de jardín de infantes, la señorita debía estar permanentemente buscándolo detrás de uno de los arcos de la canchita que estaba junto al colegio y que los ferroviarios de Barracas utilizaban para entrenar.

Durante toda su escuela primaria, alternó las aulas del colegio con esa histórica canchita donde habían empezado sus primeros pasos los grandes del fútbol local como el Mago Román, el Chueco Martínez, el Gordo Papaladro, el Tano, el Carnicero del barrio Molleja, su abuelo Cacho y tantos otros, que hoy cuentan sus historias en el Bar “El Durmiente” de la calle San Martín.

Al iniciar la escuela secundaria, ya jugaba en las divisiones inferiores y marchaba decidido en pos de su sueño, la colaboración de su abuelo y su tío en la preparación física le daba ventajas entre los niños de su edad.

Sus padres siempre lo apoyaron e hicieron maravillas para que siempre tuviera los mejores “zapatos” cuando salía a una cancha y la ropa impecable para que los colores del club lucieran invictos ante cualquier rival.

Iniciado en la lides futbolísticas a los siete años, orgulloso de portar unos nuevos “Sacachispas”, Julio no era lo que se dice un exquisito del fútbol, más bien un luchador, un tipo con personalidad y determinación;  por eso cuando ensayaba una finta, un caño o tiraba un sombrerito, su eterno coro de  apoyos, de familiares y amigos,  bramaban en la tribuna como si el mismísimo Garrincha o Pelé estuviera jugando entre ellos.

Atento siempre a las indicaciones del técnico no dejaba tampoco de lado las sugerencias que su abuelo gritaba desde el otro lado del alambrado.

El tránsito por las inferiores no tuvo mayores obstáculos, alguna que otra lesión, alguna materia para no atrasarse en los estudios, alguna novia quinceañera que por momentos los distrajo de su sueño de gloria.

Finalmente, una tarde de viernes de verano, luego de un exigido entrenamiento de la división de reserva, la noticia sonó con la fuerza y la alegría de cien scolas do sambas cariocas embriagadas en cashasha.

“Julio, el domingo jugás en primera, con el número 10”, dijo el Mago Román que era ahora el técnico del plantel superior.

La noticia cayó en su hogar con la estridencia bullanguera de cien mil niños de jardín de infantes gritando con todas sus fuerzas en un cumpleaños de barrio.

El abuelo lo aconsejó: Lo más difícil, va a ser la gente en las tribunas…la hinchada del plantel superior no es la misma gente que disfruta los partidos de inferiores. Tenés que olvidarte de la tribuna y jugar tu mejor partido. El tío llegaría de la capital con un par de “Depredator” de Adidas.

El ingreso a la cancha lo sorprendió en una rara sensación de miedo y nervios. 25 mil personas, daban marco espectacular al encuentro. Era terrible la presión que se sentía, más sabiendo que en ese partido, su club de toda la vida, el Barracas, se jugaba su permanencia en la división. Los ferroviarios eran tipos ásperos.

Empatar significaba perder; perder significaba el deshonor.

El primer tiempo fue terriblemente horrible, gris, chato, sin jugadas, sin ideas, sin fútbol, sin pasión.

Con una terrible sensación de que la hinchada lo quería triturar, Julio no tocó más de dos pelotas y en la mitad de la cancha, muy lejos para poder concretar un tanto que era lo que todo el club estaba esperando.

El entretiempo fue amargo. El equipo tratando de lograr la mayor concentración y la hinchada con sus barras hostigando con pirotecnia idónea para demoler edificios.

De nuevo en la cancha, el poderoso equipo de Tricolores, su ocasional rival, entro desde el vamos con tres cambios, que los tomó por sorpresa. El Sordo Moreno, técnico de Tricolores, saco a un defensor y dos medios para irse con todo al ataque poniendo un wing y dos delanteros más.

El asedio fue espectacular, Barracas nunca pudo afirmarse en el partido y los delanteros de Tricolores, con pase verde por toda la defensa local, comenzó a estrellar pelotas en los postes.

A los quince minutos, una pelota robada en la mitad de la cancha por el Tanque Salassi, llego a los endemoniados pies del goleador rival, el Perro Morales, que luego de evadir un par de patadones, que bien podrían haber bajado a un bisonte lanzado a la carrera, dejo en el camino, pidiendo caramelos, a los dos defensores del Barracas. El Perro Morales, sólo frente al joven arquerito del Barracas, hizo un firulete digno de un Mundial y saco un furibundo remate a media altura.  Todos los corazones de la hinchada del Barracas se paralizaron, durante el vuelo certero y lapidario del balón. La redonda impacto contra el poste izquierdo y las almas regresaron en rescate de esos corazones vapuleados. El Barracas mantenía el cero en su arco, sólo por el inexplicable accionar de fuerzas ocultas, que le resultaban de momento favorables.

“Veinticinco minutos del segundo tiempo, 0 a 0 Barracas y Tricolores, con este resultado Barracas desciende de división.”, la voz del relator calaba hondo en el alma de la hinchada local, un grupo de plateistas se organizaban para lincharlo en caso que su nefasto vaticinio se concretase, contaban para ello con la adecuada complicidad policial. El Sargento Pérez, titular del destacamento era públicamente conocido por su fanatismo por Chicago Oeste, adversario clásico y rival histórico del Tricolores.

Prosiguió el “spiker”: “Señores y señoras, que partido. Tricolores ha hecho todo para ganarlo, Barracas, perdido en la cancha, sin ideas, ni figuras, deambula un partido para el olvido. Tricolores con la pelota en la mitad de la cancha, la tiene el Tanque Salassi, la toca corta para el Lechuga Marambio que ensaya un pique sobre la raya izquierda, para la pelota, levanta la cabeza y la cruza cambiando el frente de ataque. Que pelota señores. La toma  Benítez, amaga para un lado, se frena, engancha, elude a uno, tira un caño, la hinchada de Tricolores explota, el aliento cae de la tribuna como un manto celestial, Tricolorrrrrres, Tricooooolooooresssssssss. Maguila corre por el lateral izquierdo, si Benítez lo ve es gol. La tiene Benítez, no lo ve a Maguila, Maguila esta solo por el lateral derecho, pásala Benítez, pasalllaaaaaaaaaaaaaa. Benítez retiene la pelota, toca para Salcedo, Salcedo para Benítez, Benítez para Salcedo, esto es baile señores, el equipo de Barracas esta pintado en el campo de juego. Salcedo se manda hasta el fondo, lo corre el defensor, y el Hacha Peralta lo cruza con una patada de sicario a la altura de las rodillas. Roja, es una jugada para tarjeta roja. Rojaaaaaa referee.  El árbitro debe expulsarlo, pero sólo le saca tarjeta amarilla y marca tiro libre para Tricolores. Los jugadores de Tricolores se arremolinan sobre el árbitro exigiendo la expulsión del Hacha, que haciéndose el distraído se repliega rápidamente sobre su área chica. El estadio se viene abajo. Tiro libre en la puerta del área. Tricolores tiene una oportunidad de gol. La Bruja Conti se para frente al esférico, Todo Tricolores sobre el arco rival. Suena el silbato, toma carrera, centro al medio del área, saltan todos a cabecear, se eleva, etéreo el Tanque Salassi que conecta con su parietal izquierdo, cambia el palo, el arquero no tiene nada que hacer y si si si si si es gooooooooooollllllllllllllllllllllllll de Tricolores. Gol Gol Gol Goooooooooooooool. Los compañeros del Tanque salen explosivamente para sumarse al festejo, cuando el silbato del árbitro los devuelve traumáticamente a la realidad, el línea tiene su bandera solferina en alto, esto es off side. Ahogando abruptamente el grito de gol de las gargantas Tricolores, el árbitro anula el gol y señala saque de arco. Lo quieren matar. La gente del Barracas no lo puede creer, resucitan, temblorosos aún por la súbita muerte ocasionada por el gol del Tanque Salassi; comienzan a saltar para confirmar que no lo están soñando. Ahora las dos hinchadas se baten en un lírico combate de operas futbolísticas. En el campo de juego el Sargento Pérez quiere llevarse detenido al aguatero de Tricolores por haber discutido la decisión del árbitro principal.”

Un partido para el olvido. Y Julio que no aparece, el relator hace 35 minutos que no lo nombra. El técnico manda a mover a los suplentes, es posta que lo sacan, lamentablemente no rindió. El abuelo se lamenta, era un partido chivo se dice, mucha presión; Julito aún no está fogueado para estos partidos. Una lástima, quemamos cartuchos antes de tiempo.

A los cuarenta minutos, cuando ya los cambios no pueden esperar más, el técnico estira el descontento popular y, con una fe propia de un monje tibetano,  le da a Julio la oportunidad de un minuto más.

Julio que por completo se había olvidado de su sueño, se encuentra parado inerte en el medio del campo cuando explota el grito nítido del Bazooka Maciel explota como una exigencia ancestral. “SOÑÑÑÑÑÑÑÑÑÑAAAAAAAAA JULIOOOOOO SOÑAAAAAAAAAAAAA, la puta que te parió”.

Julio sorprendido ve la figura de su gran amigo de toda la vida, allí en el medio de la tribuna, con los trapos del Barracas, con los trapos de sus sueños, que también son los sueños del Bazooka, que es el tipo que más lo hay apoyado para que juegue en primera.

“SOÑÑÑÑÑÑÑAAAA JULIOOOOOOOOOOO SOÑÑÑAAAAAAAAAA”, el grito conmovió a Julio que como electrificado corrió en busca de la pelota. Recibe un pase en la mitad de la cancha y luego de correr horizontalmente y dejar atrás a dos rivales la toca suave para el capitán, Zalazar le devuelve un ladrillo aéreo sin ninguna prolijidad. Julio ve la pelota en el aire, calcula, se acomoda y como venía, de bolea,  saca un terrible pelotazo a 45 metros del arco rival. La pelota, a una velocidad colosal se eleva digna dibujando una parábola perfecta. El Estadio enmudece y los más escépticos, comienzan a pararse para ver, disfrutar, creer, en ese derrotero mítico, trayecto colosal que tiene destino de grandeza. Se paralizan los corazones, se tensionan todos los músculos, la manos transpiran pasión y la cabeza no puede analizar que pasa. El arquero del Tricolor, el Fideo Pasaro, que esta adelantado queda un instante clavado en sus talones y reacciona medio segundo tarde, corre velozmente y estirando su mano como para tocar el rostro de los ángeles, salta para atrás en una acción solo reservada para monstruos privilegiados con el mote de héroes. Con la punta de sus dedos alcanza a tocar el balón que se desvía unos centímetros. El arquero cae con una violencia inusitada por el esfuerzo y la pelota continúa su trayecto muy lentamente ahora sobre el césped que la frena y contiene. Todo el equipo Tricolor corre tras ella para evitar lo que todo Barracas espera. Finalmente, a pesar de todo el enorme esfuerzo, la pelota da suavemente en la parte interna de la base del poste derecho y cae hacia adentro apenas superando la línea de gol.
El Fideo Pasaro ya repuesto, se zambuye rápidamente cacheteando la pelota hacia el centro del área.

Silencio, Confusión, Incertidumbre, Pavor, Pánico; todos miran al árbitro que lentamente mira a su auxiliar sobre esa banda, la comunicación visual lo decide definitivamente, un solo gesto, el pulgar para arriba y el Pelado Zelaya ya sabe que cobrar. De modo pausado, como queriendo contener la respiración de 15 mil almas, se lleva el silbato a la boca y decreta el 1 a 0 a favor de Barracas, que con ese resultado mantiene la categoría. Minuto 44.

Todo explota de alegría y devoción. Julio parado en el lugar exacto desde el cual saco el zapallazo, cae de rodillas agradeciendo al Señor tanta generosidad. La tribuna del Barraca se viene abajo.

Y Julio, con su sueño cumplido, busca al Bazooka Maciel en la tribuna, y también ve su bicicleta roja que tanto tiempo lo llevo a los entrenamientos, a su maestra de jardín de infantes, el camión del tío Héctor con el que salían cuando jugaban de visitantes. A su abuelo abrazado a los viejos héroes del club enfundados en los trapos barraqueros. Más arriba, en el sector popular, Julio ve a su viejo perro Dinky, un perro vagabundo que encontró en la cancha de Barracas y que nunca lo abandonó. La primera bandera de Barracas que hizo con sábanas que su madre había descartado. Su novia Guadalupe que tanto lo había esperado. Recordó los pececitos de colores de su niñez, a los que siempre alimentaba cuando regresaba de entrenar, y que ahora imaginaba en los tablones agitando sus aletas al grito de: “Juliooooo Juliooooo”.

Y el estadio se pobló para Julio de imágenes, de recuerdos y de rostros que lo acompañaron  durante todo su sueño, el que ahora ya cumplido los reunía para el festejo compartido y el homenaje al sacrificio y la constancias.

Julio se largo a llorar. Y la hinchada de Barracas lloro con él.

Los diarios lo mimaron, el pueblo lo idolatró y todos se sintieron honrados por ese golazo infernal que se repitió por todas las cadenas televisivas.

Al año siguiente Barracas salió campeón regional de la mano de Julio y luego campeón nacional. Cuando Julio dejo al equipo, Barracas era un protagonista fundamental de las ligas mayores.

Hoy, mucho tiempo después, todos los ferroviarios de Barracas, y sus hijos y sus nietos y todo el pueblo,  se sienten honrados por ese terrible jugador que ahora es figura y estrella en el futbol europeo, rompiendo, campeonato tras campeonato, los record de goles del futbol profesional.

Y Julio; Julio sigue llorando cuando recibe noticias de su querido club Barracas.




No hay comentarios:

Publicar un comentario