viernes, 6 de noviembre de 2015

RINCONES





Hoy camine por esos lugares donde de niño no me animaba.

Transite el recorrido de los barrios adversos y no sentí los temblores de antaño.

Vi  las puertas y las ventanas hostiles desde donde nuestros contrincantes planeaban las emboscadas de agua en tiempos de carnaval.

Llegue al potrero rival, hoy transformado en plaza, y sentí aquel patadón del “oveja” y esa terrible sensación de gloria en el gol a los “fortineros”.

El corazón ya no palpita a tantas revoluciones, ante el temor de encontrarme con el hermano de la niña que buscaba.

El banco de siempre, ese gran pedazo de adoquín, en la transformada esquina del viejo Alcides, ese que sabía entera la historia del barrio, recibió, como tantas otras veces, mi cuerpo cansado. Y fue como sentarme en el más confortable de todos los asientos posibles.

El sol en la frente y los recuerdos de niño, hicieron que mi mente se fuese por esos rincones de barrio.
Volvieron las fiestas en la casa de las “negritas” candomberas inagotables, portadoras de los genes caboverdianos, que sus abuelos habían traído desde tan lejos.

Las “huidas” cuando aparecían los bandidos del doque, o las corridas cuando los perros, custodios del barrio en las horas de siesta, nos chumbaban con tremendos ladridos, alertando del inminente peligro si osábamos invadir sus cuadras.

Hoy camine por esos lugares donde de niño no me animaba, y en realidad sentí que eran rincones de toda la vida, que me acompañarían por siempre, pues eran los lugares de los amigos, esos amigos con los cuales jugábamos a ser rivales.

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