viernes, 20 de noviembre de 2015

RELEYENDO A LOÏC WACQUANT. “PARIAS URBANOS”








No se puede jugar con la ley de la conservación de la violencia: toda la violencia se paga y, por ejemplo la violencia estructural ejercida por los mercados financieros, en la forma de despidos, pérdida de seguridad, etc., se ve equiparada, más tarde o más temprano, en forma de suicidios, crimen y delincuencia, adicción a las drogas, alcoholismo, un sinnúmero de pequeños y grandes actos de violencia cotidiana. (PIERRE BOURDEU)

Durante las dos últimas décadas del pasado milenio, Buenos Aires, - de manera análoga a ciudades del norte avanzado- ha sido testigo del simultáneo florecimiento de la opulencia y la indigencia, la abundancia y la miseria. […] a estos crecimientos extremos de pobreza  y riqueza se suman la multiplicación de las desigualdades entre las cada vez más extensas metrópolis, las pequeñas ciudades y los pueblos rurales.

Dos tendencias interconectadas han reconfigurado el rostro de las ciudades de Europa Occidental en la década pasada. La primera es el pronunciado ascenso de variadas desigualdades urbanas y la cristalización de nuevas formas de marginalidad socioeconómica, algunas de las cuales parecen tener un componente “étnico” distintivo y alimentar (y alimentarse) de procesos de segregación espacial y agitación pública. La segunda es la irrupción y diseminación de ideologías y tensiones etnorraciales o xenófobas como consecuencia del aumento simultaneo de la desocupación persistente y el asentamiento de poblaciones inmigrantes antes consideradas como trabajadores de residencia temporaria.

Las estructuras de esta “nueva pobreza”(Marklud, 1990) distan de estar plenamente dilucidadas, pero sus manifestaciones empíricas exhiben una serie de notorios factores comunes que superan las fronteras nacionales. El desempleo de larga data o la actividad ocupacional precaria, la acumulación de múltiples privaciones en los mismos hogares y barrios, el achicamiento de las redes sociales y el aflojamiento de los lazos sociales, y la dificultad de las formas tradicionales de seguro social y asistencia pública para remediar o poner un freno a las penurias y el asilamiento: todas estas situaciones pueden observarse, en grados diversos, en todas las sociedades avanzadas. De manera similar, a lo ancho y lo largo del continente existe hoy una preocupación creciente por el desarrollo del “racismo europeo” y se renuevan las teorías sobre sus vinculaciones históricas o funcionales con la inmigración, la crisis del orden nacional y diversas facetas de la actual transición económica posfordista.

La coincidencia de nuevas formas de exclusión urbana con la rivalidad y la segregación etnorraciales dio credibilidad prima facie, a la idea de que la pobreza europea se está “norteamericanizando”. […]. Esto es visible en la preocupada y confusa discusión pública en Francia –y en otros países, como Bélgica, Alemania e Italia- sobre la presunta formación de “ghetos” de inmigrantes en barriadas obreras deterioradas que albergan grandes zonas de viviendas para personas de bajos ingresos, conocidas como “cités.

Cualquier sociología de la “nueva pobreza urbana” en las sociedades de avanzada debe comenzar con la mención del poderoso estigma asociado a la residencia en los espacios restringidos y segregados, los “barrios del exilio”.

“El mundo de las cités está dominado por un sentimiento de exclusión que se manifiesta ante todo, en los temas de la reputación y el desprecio. […] Existe un verdadero estigma de las cités”(François Duhet y Didier Lapeynomnie).

Los “barrios del exilio” en que quedan cada vez más relegadas las poblaciones marginadas o condenadas a la superfluidad por la reorganización posfordista de la economía y del Estado. No solo porque es posiblemente la característica más saliente de la experiencia de la vida de quienes son instalados o quedan atrapados en esas áreas, sino también porque este estigma contribuye a explicar ciertas similitudes en sus estrategias de enfrentamiento o escape y, con ello, muchos de los factores comunes transnacionales de superficie que dieron una validez aparente a la idea de una convergencia transatlántica entre los  “regímenes de pobreza” de Europa y Estados Unidos.

[…] Las cités de la periferia urbana francesa padecen una imagen pública negativa que las asocia instantáneamente con la delincuencia, la inmigración y la inseguridad sin freno, tanto es así que sus residentes, así como quienes no viven en ellas, las llaman casi universalmente…”pequeñas Chicagos”. Vivir en una urbanización del cinturón rojo para personas de bajos ingresos significa estar confinado en un espacio marcado a fuego, un ámbito mancillado que se experimenta como una trampa. Así los medios y los propios residentes se refieren a los “vaciaderos”, “basureros de París” o “reservación’, muy lejos de la designación burocrática oficial de “barrio sensible” usada por los funcionarios públicos a cargo del programa estatal del renovación urbana. En años recientes, la mala prensa de la estigmatización aumento de manera pronunciada con la irrupción de discursos sobre la presunta formación de las llamadas cités guetos, ampliamente (mal) representadas como bolsones crecientes de pobreza y desorden árabes”, sintomáticos de la incipiente etnicización del espacio urbano de Francia.


[…] Lo cierto es que los moradores de las cités tienen una vívida conciencia de estar “exiliados” en un espacio degradado que los descalifica colectivamente. El complejo de las Quatre Mille, es un “monstruoso universo” que sus habitantes ven como un instrumento de confinamiento social: “Es una cárcel. Ellos (los residentes de segunda generación) están en la cárcel, los engañaron realmente bien”.

La violencia verbal y los hechos de vandalismo de los residentes en las cités o barrios del exilio, deben entenderse como una respuesta a la violencia socioeconómica y simbólica a la que se sienten sometidos por estar relegados de ese modo en un lugar denigrado. Para los residentes de la cité resulta muy poco probable pasar por alto el desprecio de que son objeto, dado que la mancha social de vivir en un complejo habitacional para personas de bajos ingresos, que ha llegado a asociarse estrechamente con la pobreza, el delito y la degradación moral, afecta todos los ámbitos de la existencia, ya se trate de la búsqueda de trabajo o de aventuras románticas, el trato con organismos de control social como la policía o los servicios de bienestar social, o simplemente la charla con conocidos.

Por la cité, uno se siente inferior a los demás, no es como los otros: ellos tienen amigos en la ciudad, fiestas, una casa limpia en la que si hacen algo el agua no entra, las paredes no se vienen abajo. Cuando uno viene de la cité, enseguida tiene una reputación.

La discriminación residencial obstaculiza la búsqueda de trabajo y contribuye a afianzar la desocupación local, dado que los habitantes de las cité se topan con mayor desconfianza y reticencia entre los empleadores tan pronto como mencionan su domicilio. La estigmatización territorial afecta las interacciones no solo con los empleadores sino también con la policía, los tribunales y las burocracias de bienestar social de contacto más cercano, todos los cuales son especialmente susceptibles de modificar su conducta y sus procedimientos cuando están ante un residente de una cité degradada.

En Estados Unidos, el gueto negro tiene una posición similar como símbolo nacional de la “patología” urbana, y su deterioro acelerado desde el levantamiento raciales de mediados de las década de 1960, se considera en vastos círculos como la prueba incontrovertible de la disolución moral, la depravación cultural y las deficiencias de conducta de sus habitantes. Las personas ajenas al gueto lo ven como un lugar misterioso e insondable, propicio para las drogas, el delito, la prostitución, las madres solteras, la ignorancia y la enfermedad mental.

Para los blancos étnicos de Brooklyn, el gueto cercano es una realidad opaca y malvada de la que hay que huir, una selva infestada de animales de piel oscura cuya sexualidad salvaje y familias rotas desafían todas las ideas de conducta civilizada.

Los informes periodísticos y las teorías (pseudo) académicas que han proliferado en procura de explicar el presunto surgimiento de una así llamada infra clase en medio del gueto no hicieron más que acelerar la demonización del (sub) proletariado negro urbano, al apartarlo simbólicamente de la clase obrera “meritoria” y oscurecer –y con ello legitimar retrospectivamente- las políticas estatales de abandono urbano y contención punitiva responsables de su deslizamiento descendente.





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